¿Se puede negar la historia?

León es, sin duda, uno de los pueblos más antiguos de España y de la vieja Europa. Y también, uno de los más humillados y maltratados por la historia oficial. Aunque este tema se ha tratado hasta la saciedad, no está de más recordar de vez en cuando de dónde venimos, para entender hacia dónde vamos.
Los leoneses no somos castellanos, como tampoco somos cántabros ni andaluces. Somos lo que somos, y no llevamos poco tiempo siéndolo precisamente. Nuestra identidad no es invento de nadie, ni una etiqueta administrativa: es el fruto de siglos de historia, cultura y resistencia.
El pueblo de León —y digo “León”, heredero de Legio— nació de la conquista romana del noroeste peninsular y de la fusión con los pueblos que habitaban estas tierras. Rudos pastores cántabros y astures en la montaña, habilidosos agricultores vacceos en el páramo, valerosos ganaderos vettones en el sur, ingeniosos comerciantes en las civitas. En nuestros hogares se cocinaba con lo que había a mano, y con lo que el cuerpo necesitaba según el clima y las tareas del entorno. Y cuando venía el buen tiempo, festejábamos como nos enseñaron nuestros mayores.
Así, década a década, siglo a siglo, fuimos forjando una cultura propia, desde la prehistoria hasta hoy. Una forma de hablar, de vivir, de entender el mundo. Hasta ayer —en términos históricos—, cuando viajábamos, no teníamos que dar explicaciones a nadie: que si es una comunidad birregional, que si la región leonesa y la castellana... No. Simplemente decíamos “soy de León”, aunque nacieses en Béjar, con la misma naturalidad con la que un aragonés dice “soy aragonés”. No existía aún el engendro autonómico, y no había dudas.
Hoy, sin embargo, parece que hay que justificar lo evidente. Que hay que pedir permiso para existir. Que hay que explicar por qué León no es Castilla. Pero la historia no se niega, ni se borra, ni se reescribe al antojo de intereses políticos. La historia se honra. Y León, con su Reino, sus Cortes, su lengua, su cultura única y su nombre, merece ser recordado, respetado y reconocido.
Negar la historia de León es como arrancar las raíces de un árbol y esperar que siga dando fruto.
Y nosotros, los leoneses, seguimos aquí. Firmes. Orgullosos. Con la memoria viva y la dignidad intacta.
Que no nos digan quiénes somos. Ya lo sabemos. Lo llevamos en la sangre.
Y cada vez que lo olvidan, se lo recordamos.
¡Viva León!