La historia que no te contaron sobre Isabel y América
En los relatos oficiales sobre el descubrimiento de América, se repite una idea que ha calado hondo: que fue España quien conquistó el Nuevo Mundo

No, España no conquistó el Nuevo Mundo.
Esta clásica afirmación, no se corresponde con la realidad política de la época. En 1492, España como Estado unificado no existía.
¿Quién descubrió América entonces?
Lo que sí existía en la Península Ibérica era una monarquía compuesta por varios reinos con estructuras, leyes e identidades propias. Entre ellos, el Reino de León.
Incluso en los discursos más académicos, se suele afirmar que la conquista fue obra conjunta del Reino de Castilla y de la Corona de Aragón. Pero esta idea también merece ser revisada. La expedición de Cristóbal Colón fue financiada exclusivamente por Isabel I, reyna de Castilla et de León, como ella misma firmaba en sus documentos. En otros papeles, especialmente solemnes, utilizaba la fórmula directa: “Yo, la Reina”.
Los territorios descubiertos por el primer viaje de Colón, fueron incorporados a sus dominios, no a los de Fernando de Aragón. La administración, las leyes y el comercio con América se organizaron desde diversas instituciones, como la Casa de Contratación y el Consejo de Indias (ambas con sede en el Reino de Sevilla). La Corona de Aragón no tuvo participación directa en la empresa americana, ni en la organización, ni en la financiación institucional, eso sí, se sumó a la conquista tras el segundo viaje de Colón.
La evangelización del Nuevo Mundo se llevó a cabo con jesuitas provenientes de tierras leonesas, concretamente desde Salamanca, que fue además un centro intelectual de referencia en Europa.
Pero casi nunca se olvidó el origen público del poder político que ejercían muchos miembros de las aristocracias o grupos sociales dominantes. La referencia a la antigua concesión imperial o regia no se pierde y se mantiene, en diverso grado, la necesidad de su confirmación o renovación. El emperador o, en su caso, el rey, conservan la consideración de cúspide política. Hay que distinguir, además, entre cesiones perpetuas de poder, dificilmente revocables, que son propias de las formas consideradas clásicas de la feudalidad, y cesiones temporales, móviles aunque continuas, pues así lo exige la realidad de las relaciones socio-políticas, a favor de miembros y sectores de las aristocracias, porque esa movilidad confiere mayor margen de maniobra y permite mantener con mayor claridad el principio de poder público que la realeza encarna, así como, llegado el caso, ejercerlo con mayor efectividad. Esta fue la situación predominante, a mi entender, en León y Castilla.
MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA, (Valladolid, 14 de enero de 1943) es un historiador español.)
Su Vida
Isabel nació en 1451 en Madrigal de las Altas Torres, hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal. Desde joven vivió en un entorno de tensiones dinásticas. Su hermanastro, Enrique IV, ocupaba el trono, y en 1468, tras años de disputas internas, la reconoció como heredera mediante el Pacto de los Toros de Guisando. Desde entonces, Isabel comenzó a firmar como “Yo, la Princesa”, fórmula que afirmaba su legitimidad frente a Juana, la hija de Enrique, conocida como Juana la Beltraneja.
El asunto de la sucesión divide el reino. Juana era apoyada por sectores relacionados con la nobleza y por la Corona de Portugal, mientras que Isabel contaba con el respaldo de ciudades, instituciones y linajes vinculados al Reino de León. Su ascenso al trono no fue pacífico: dio lugar a una guerra civil que enfrentó a los partidarios de Isabel con los de Juana, y que terminó consolidando a Isabel como reina legítima.
Isabel también era reina de León
Ahora bien, ¿qué significa que Isabel fuera reina de Castilla y de León? ¿No eran lo mismo? No. El Reino de Castilla y el Reino de León fueron reinos distintos, con trayectorias propias. Cada uno conservó su dignidad política. Los monarcas se titulaban como "Reyes de Castilla, de León, de Galicia, de Toledo...", reconociendo cada territorio por separado. Isabel fue proclamada reina de Castilla y de León (se citaban estos dos por importancia) en 1474, y gobernó ambos reinos como entidades diferenciadas.
Pero casi nunca se olvidó el origen público del poder político que ejercían muchos
miembros de las aristocracias o grupos sociales dominantes. La referencia a la antigua
concesión imperial o regia no se pierde y se mantiene, en diverso grado, la necesidad
de su confirmación o renovación. El emperador o, en su caso, el rey, conservan la
consideración de cúspide política. Hay que distinguir, además, entre cesiones perpetuas de poder, dificilmente revocables, que son propias de las formas consideradas
clásicas de la feudalidad, y cesiones temporales, móviles aunque continuas -pues así
lo exige la realidad de las relaciones socio-políticas-, a favor de miembros y sectores
de las aristocracias, porque esa movilidad confiere mayor margen de maniobra y permite mantener con mayor claridad el principio de poder público que la realeza en-
carna, así como, llegado el caso, ejercerlo con mayor efectividad. Esta fue la situación
predominante, a mi entender, en León y Castilla.
MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA, (Valladolid, 14 de enero de 1943) es un historiador español.)
La...¿Corona de Castilla?
El término "Corona de Castilla" es una convención historiográfica posterior. No existía como institución formal en el siglo XV. Se utiliza para referirse al conjunto de territorios gobernados por ciertos monarcas castellanos, pero no era una corona en el sentido jurídico como la de Aragón, que sí mantenía estructuras separadas entre sus reinos. Por tanto, hablar de la "Corona de Castilla" como si fuera una entidad política concreta en tiempos de Isabel es una simplificación que contribuye a invisibilizar el papel del Reino de León.
A lo largo de los siglos se construyó un relato oficial que simplifica y unifica la historia. Se pusieron de acuerdo en llamar “Corona de Castilla” al conjunto de reinos gobernados por Isabel, como si todos fueran Castilla. Se pusieron de acuerdo en decir que “España conquistó América”, cuando ni existía ni participaron todos los reinos por igual. Se pusieron de acuerdo en atribuir la empresa americana a una supuesta unión entre el Reino de Castilla y la Corona de Aragón, aunque esta última no tuvo intervención directa en el descubrimiento ni en la administración de los territorios americanos.
Y en todos esos acuerdos narrativos, hay una constante: siempre se olvida al mismo, al Reino de León. León, que fue uno de los reinos más antiguos y prestigiosos del mundo, queda relegado a pie de página o directamente olvidado. Aunque Isabel era reina de León y los títulos reales lo reconocían, aunque los territorios americanos fueron incorporados a sus dominios, el relato oficial lo silencia.
Reivindicar al Reino de León en la historia de América es justicia histórica. Es reconocer que cuando los europeos llegaron al Nuevo Mundo, lo hicieron bajo el estandarte de una reyna de Castilla et de León. Y que el legado de León también cruzó el Atlántico.